EL PLANETA DE LOS PITILLOS
Para expiar el delito cometido, saltándome a la torera (y por motivos que no vienen al caso) el visionado de “El planeta de los simios” versión Heston, aquella misma tarde el sinpar Garson me regaló la edición 35 aniversario de la película, sabiendo como sabe que soy una coleccionista de pequeñas joyas (y también algunos bodrios) del cine de ciencia ficción.
Desde luego, las comparaciones son siempre odiosas, pero entre esta versión del año 68 y la de Tim Burton, siempre me inclinaré hacia la primera, mucho más fiel a la historia original de Pierre Boulle (con sus más y sus menos), encantada, además, con el berrinche del Sr. Heston, cuando grita aquello de “¡Maniáticos! ¡Yo os maldigo!” (no sé porqué, siempre pensé que decía “¡Malditos!” pero no, son cosas que el recuerdo rememora con defectillos).
Sin duda, volver a ver esta peli, después de tantos años, fue un gratificante ejercicio y me gustó tanto como la primera vez. Teniendo un padre aficionado a cualquier cosa que contuviera el mínimo atisbo de ciencia ficción, lo normal es que, en mis juveniles años no me perdiera película alguna del género. Aunque no consiguiera nunca hacerme leer “2001: Odisea en el espacio” pero sí entretenernos, hasta la saciedad, comentando la jugada de la película que también forma parte de mi pequeña pero selecta colección.
En fin, por el título de este post os habréis dado cuenta de que no van por ahí los tiros exactamente. Pues no.
Después de tantos años, y con la intención de dedicarme a observar los detalles y las diferencias habidas con la novela, que leí recientemente, me fijé en un detalle interesante, que me hizo sonreír.
¿Cómo es posible que un astronauta, en una nave pequeña donde tres de sus cuatro tripulantes ya están en sueño suspendido, se fume un caliqueño?
¿Dónde se ha visto? Pues sí, si os fijáis en el primerísimo tramo de la película, antes de que aparezca el título de la misma, y mientras Heston se explaya en un monólogo pre-letargo, este se fuma un purillo tan pancho él. Incluso la nave va provista de cenicero aunque, finalmente, el lugar donde se guarda el purito a medias es, sencillamente, poco recomendable. ¿Lo apagó bien? Parece que sí. Sin duda, pensaba terminárselo una vez llegados a destino, como se puede comprobar más tarde. A este hombre, en mitad de un desierto, no se le ocurre otra cosa que terminarse de fumar el purito, miles de años después de haberlo comenzado.
Lo que más me choca es que, mientras Zaius se fuma un cigarro con mucho estilo y boquilla, el pobre Taylor, acosado por el “mono” de la nicotina, no se le lance al cuello para pegarle un par de caladas.
En fin, como muestra un botón (o mejor dicho, tres).
Desde luego, las comparaciones son siempre odiosas, pero entre esta versión del año 68 y la de Tim Burton, siempre me inclinaré hacia la primera, mucho más fiel a la historia original de Pierre Boulle (con sus más y sus menos), encantada, además, con el berrinche del Sr. Heston, cuando grita aquello de “¡Maniáticos! ¡Yo os maldigo!” (no sé porqué, siempre pensé que decía “¡Malditos!” pero no, son cosas que el recuerdo rememora con defectillos).
Sin duda, volver a ver esta peli, después de tantos años, fue un gratificante ejercicio y me gustó tanto como la primera vez. Teniendo un padre aficionado a cualquier cosa que contuviera el mínimo atisbo de ciencia ficción, lo normal es que, en mis juveniles años no me perdiera película alguna del género. Aunque no consiguiera nunca hacerme leer “2001: Odisea en el espacio” pero sí entretenernos, hasta la saciedad, comentando la jugada de la película que también forma parte de mi pequeña pero selecta colección.
En fin, por el título de este post os habréis dado cuenta de que no van por ahí los tiros exactamente. Pues no.

¿Cómo es posible que un astronauta, en una nave pequeña donde tres de sus cuatro tripulantes ya están en sueño suspendido, se fume un caliqueño?

Lo que más me choca es que, mientras Zaius se fuma un cigarro con mucho estilo y boquilla, el pobre Taylor, acosado por el “mono” de la nicotina, no se le lance al cuello para pegarle un par de caladas.
En fin, como muestra un botón (o mejor dicho, tres).