Con los libros, como con muchas otras cosas, no siempre se acierta. Y lo malo de eso es la cara que se te queda cuando se trata de un autor más o menos recomendado del que aún no has leído nada. Fácil resulta que te desinfles ante semejante adversidad. Y eso es, a grandes rasgos, lo que me ha pasado después de leer “El mundo sumergido” de J.G. Ballard.
No sé de dónde saqué la idea –errónea- que las novelas de Ballard son básicamente acción trepidante ambientada en el futuro. Y sí, algo de acción hay pero no es la tónica. Leyendo la contraportada creí –erróneamente- que sería una novela de personajes y no es que no lo sea –exactamente- porque haberlos haylos. Pero cualquiera los entiende, a ellos y a sus neuras arqueopsíquicas que, poco o nada, quedan explicadas. Lo que si es cierto es que te queda claro que tanto calor le fríe los sesos al más pintado. Y es que, en realidad, debe de tratarse de la evolución del hombre hacia la locura por culpa del intenso calor que reina en la Tierra después de que esta se inunde y vuelva de regreso al triásico.
La novela narra la historia de varios personajes en el devastado mundo que es la Tierra después de haber quedado inundada gracias –o por culpa- de una catástrofe ecológica que ha convertido a los polos en cubitos derretidos. Las ciudades yacen bajo el agua, con los rascacielos y edificios más o menos altos (o que están situados en terreno más alto) sobresaliendo como islotes de cemento. Todo es un gran conjunto de lagunas, lagos, canales, ríos y mares donde la vegetación crece desmesurada y tropicalmente, las iguanas proliferan y los mosquitos, si te pican, te dejan un buen boquete.
La mayoría de habitantes humanos que aún aguanta tanta humedad se ha refugiado al norte del planeta, donde aún se puede soportar la temperatura. Quedan muy pocas personas por debajo del círculo ártico, casi todos ellos saqueadores y gente de mala catadura en general. Y un destacamento de soldados e investigadores que no queda demasiado claro a lo que se dedican, aparte de pasearse en helicóptero. Quizá porque lo que hacen o dejan de hacer es relativamente intrascendente en la historia que el autor pretende contarnos.
Hasta ese punto, salvo algún detallito, la historia funciona más o menos bien, y que es lo que se espera después de leer la contraportada. Pero cuando comienza el tema de los sueños y la regresión arqueopsíquica la cosa se va yendo a pique y empiezas a leerla cogida con pinzas. La llegada del estrambótico Stragman parece que va a animar el cotarro acompañado de su banda de desarrapados porteadores, pero es mera ilusión.
Los personajes secundarios están desdibujados por lo que su interacción con los protagonistas (básicamente Stragman y Kerans, los antagonistas) es más bien pobre. Beatrice, la única mujer con algo de protagonismo en la novela, es un personaje florero con apenas personalidad de la que hablar. Bodkin, un secundario sin pretensiones, y Riggs, un personaje tópico hasta la médula.
En definitiva, una lectura que defrauda por las expectativas que crea y poco refrescante para el veranito. Después de terminar el libro busqué algo de información para redondear mi opinión y la encontré. La novela es tachada de experimento fallido como mínimo.
Quizá no me equivoqué con el autor, me gustaría pensar así, sino con la obra elegida. En todo caso, está por ver y supongo que le daré otra oportunidad. Al fin y al cabo, parece ser que esta fue su primera novela y cabe la posibilidad de que, después se enmendara y escribiera algo mucho mejor.
Próximamente: "Las sirenas de Titán".