SAT SRI AKAL
Como contaba el otro día en mi blog de yoga, el domingo (o sea, ayer) los Sikhs celebraban el nacimiento de Shri Guru Ravidass Maharaj Jee, que aunque no es uno de los diez Gurus principales, sí está presente en el Adi Guru Granth Sahib, el libro sagrado de los sikhs, con 41 poemas suyos incluidos en él. Por lo que me han contado, era de una casta inferior, de hecho de la casta de los intocables, y fue quien encabezó la lucha contra la discriminación basada tanto en la casta, como en el color o la creencia. Sus enseñanzas se basaban en la hermandad y la tolerancia. Y según la creencia popular, cuando dejó este mundo lo único que quedó de él fueron las marcas de sus pisadas después de morir a los 126 años.
Por supuesto, yo estaba invitada a ir al templo con mi amiga y su familia, e incluso para esta ocasión tenía un vestido nuevo, también regalo de mi amiga al igual que el que llevé para Vaisakhi. Esta vez iba de morado y lila.
Cuando llegamos al templo había muy poquita gente y aún no había llegado el Libro. Nos sentamos a tomar un chai (té con leche) y una comida a base de verduras rebozadas y unas bolitas dulces de color rojo vegetarianas. Trajeron el Adi Granth al poco rato. Nos levantamos todos y mucha gente hizo reverencias. Luego, una vez que fue colocado en su lugar correspondiente, en una especie de altar adornado, recorrimos la alfombra que lleva hasta los pies de este, dejamos nuestro donativo e hicimos la reverencia. Se hace postrándose de rodillas y tocando el suelo con la frente. Algunas personas hacen un breve rezo antes, de pie, otras lo hacen mientras se postran y algunas colocan los brazos por delante de la cabeza.
Fue a partir de ese momento cuando la gente comenzó a acudir en mayor número. En el templo, la gente se reparte a derecha e izquierda del libro, con la alfombra señalando el centro de la sala. A la izquierda se sientan las mujeres y a la derecha a los hombres, en el suelo.
Los micrófonos habían tenido algún problema y no sé porqué (mi fama con los cables debe precederme allí donde voy) terminé liada con ellos, probando que ambos funcionaran. Claro que yo de micrófonos no entiendo nada y, a pesar de mi buena predisposición, de vez en cuando, se acoplaban y nos ensordecían con un agudo pitido.
Una vez llegó el Libro y funcionó la acústica, comenzó la música. Primero cantó un hombre vestido a la usanza sikh, con turbante y luenga barba, tocando el armonio y acompañado por dos hombres que tocaban unos tamborcillos (tabla) y una especie de tira de címbalos o platillos (chimta). Tras la intervención de otro hombre, fue el turno de mi amiga y su grupo (tres amigas de la familia y su hermano). Mi amiga toca el armonio y fue la primera vez que la escuché cantar. Cuando vino a sentarse, me dijo que lo había hecho fatal. Una chica que cantó después que ella sí que cantaba como un grillo (lo hacía con mucha voluntad pero desafinaba que era un contento) pero ella lo hizo muy bien.
Entonces llegaron los dos hombres santos que habían invitado a la celebración. Nos levantamos y mucha gente fue allí a presentarles sus respetos. Al poco rato, uno de los dos dio una charla, de la que sólo me enteré de lo que mi amiga iba traduciéndome.
Lo divertido de la experiencia fue la acogida que me dio la gente. Una señora mayor, a la que me presentaron cuando fuimos a los aseos a lavarnos las manos, prácticamente me adoptó. No creo que me hayan dado tantos abrazos por minuto de una sola tacada. Luego se preocupó todo el rato de que yo no estuviera sola cuando mi amiga se fue a cantar y me hizo compañía. Muchas mujeres me decían que iba muy guapa, y todo el mundo se fijaba en mi atuendo y me preguntaba dónde lo había comprado. Lo malo es que todo el mundo se creía que yo hablaba punjabi y me pasé la mayor parte del tiempo sonriendo y diciendo “shukria” (la primera cosa que aprendí) mientras, entre dientes, le decía a mi amiga “traduce, traduce”. Y ya el colmo fue cuando me marché, alrededor de las dos y media. Como aún estaba hablando el hombre santo, le pregunté a mi amiga si pasaba algo si me iba porque era tarde y me esperaban en casa. Me dijo que no y nos despedimos. Salí del grupo de mujeres todo lo discreta que pude, tratando de no pisar a nadie. Me despedí de la señora de los abrazos y luego, una vez de pie y desde la parte de atrás, busqué con la mirada a la madre de mi amiga para despedirme de ella. ¡La que se armó! Todas las mujeres empezaron a girarse hacia mí, mirándome y sonriendo. Al final, más roja que un tomate por tanta atención (que del hombre santo se estaba desviando hacia mí) me fui a la francesa como vulgarmente se dice. Mis zapatos me esperaban en el exterior y luego un largo trayecto en el metro no exento de miradas curiosas.
Hoy llamé a mi amiga para disculparme por la “huida” sin despedirme y me contó que… algunas personas creyeron que yo era una occidental convertida al sikhismo que acompañaba a los hombres santos y que ¡iba a cantar!. A ver, si una tiene muy buena voluntad pero… cantar –bien- no es precisamente una de mis virtudes. Yo a lo único que aspiro es a cantar bajo la ducha y que no llueva después.
Mi amiga ya está pensando cual es la próxima celebración para que vaya con ella al templo de nuevo y su padre (aunque se sonríe cuando lo dice) ya me ha preguntado que cuando me hago sikh. Espero que la próxima vez no me hagan cantar… que me lo veo venir. Tendré que echar mano del playback.
Por cierto, el título que encabeza este texto es la segunda expresión en punjabi que he aprendido y cuyo significado es, más o menos, hola. Sólo me queda todo el resto de idioma.
Por supuesto, yo estaba invitada a ir al templo con mi amiga y su familia, e incluso para esta ocasión tenía un vestido nuevo, también regalo de mi amiga al igual que el que llevé para Vaisakhi. Esta vez iba de morado y lila.
Cuando llegamos al templo había muy poquita gente y aún no había llegado el Libro. Nos sentamos a tomar un chai (té con leche) y una comida a base de verduras rebozadas y unas bolitas dulces de color rojo vegetarianas. Trajeron el Adi Granth al poco rato. Nos levantamos todos y mucha gente hizo reverencias. Luego, una vez que fue colocado en su lugar correspondiente, en una especie de altar adornado, recorrimos la alfombra que lleva hasta los pies de este, dejamos nuestro donativo e hicimos la reverencia. Se hace postrándose de rodillas y tocando el suelo con la frente. Algunas personas hacen un breve rezo antes, de pie, otras lo hacen mientras se postran y algunas colocan los brazos por delante de la cabeza.
Fue a partir de ese momento cuando la gente comenzó a acudir en mayor número. En el templo, la gente se reparte a derecha e izquierda del libro, con la alfombra señalando el centro de la sala. A la izquierda se sientan las mujeres y a la derecha a los hombres, en el suelo.
Los micrófonos habían tenido algún problema y no sé porqué (mi fama con los cables debe precederme allí donde voy) terminé liada con ellos, probando que ambos funcionaran. Claro que yo de micrófonos no entiendo nada y, a pesar de mi buena predisposición, de vez en cuando, se acoplaban y nos ensordecían con un agudo pitido.
Una vez llegó el Libro y funcionó la acústica, comenzó la música. Primero cantó un hombre vestido a la usanza sikh, con turbante y luenga barba, tocando el armonio y acompañado por dos hombres que tocaban unos tamborcillos (tabla) y una especie de tira de címbalos o platillos (chimta). Tras la intervención de otro hombre, fue el turno de mi amiga y su grupo (tres amigas de la familia y su hermano). Mi amiga toca el armonio y fue la primera vez que la escuché cantar. Cuando vino a sentarse, me dijo que lo había hecho fatal. Una chica que cantó después que ella sí que cantaba como un grillo (lo hacía con mucha voluntad pero desafinaba que era un contento) pero ella lo hizo muy bien.
Entonces llegaron los dos hombres santos que habían invitado a la celebración. Nos levantamos y mucha gente fue allí a presentarles sus respetos. Al poco rato, uno de los dos dio una charla, de la que sólo me enteré de lo que mi amiga iba traduciéndome.
Lo divertido de la experiencia fue la acogida que me dio la gente. Una señora mayor, a la que me presentaron cuando fuimos a los aseos a lavarnos las manos, prácticamente me adoptó. No creo que me hayan dado tantos abrazos por minuto de una sola tacada. Luego se preocupó todo el rato de que yo no estuviera sola cuando mi amiga se fue a cantar y me hizo compañía. Muchas mujeres me decían que iba muy guapa, y todo el mundo se fijaba en mi atuendo y me preguntaba dónde lo había comprado. Lo malo es que todo el mundo se creía que yo hablaba punjabi y me pasé la mayor parte del tiempo sonriendo y diciendo “shukria” (la primera cosa que aprendí) mientras, entre dientes, le decía a mi amiga “traduce, traduce”. Y ya el colmo fue cuando me marché, alrededor de las dos y media. Como aún estaba hablando el hombre santo, le pregunté a mi amiga si pasaba algo si me iba porque era tarde y me esperaban en casa. Me dijo que no y nos despedimos. Salí del grupo de mujeres todo lo discreta que pude, tratando de no pisar a nadie. Me despedí de la señora de los abrazos y luego, una vez de pie y desde la parte de atrás, busqué con la mirada a la madre de mi amiga para despedirme de ella. ¡La que se armó! Todas las mujeres empezaron a girarse hacia mí, mirándome y sonriendo. Al final, más roja que un tomate por tanta atención (que del hombre santo se estaba desviando hacia mí) me fui a la francesa como vulgarmente se dice. Mis zapatos me esperaban en el exterior y luego un largo trayecto en el metro no exento de miradas curiosas.
Hoy llamé a mi amiga para disculparme por la “huida” sin despedirme y me contó que… algunas personas creyeron que yo era una occidental convertida al sikhismo que acompañaba a los hombres santos y que ¡iba a cantar!. A ver, si una tiene muy buena voluntad pero… cantar –bien- no es precisamente una de mis virtudes. Yo a lo único que aspiro es a cantar bajo la ducha y que no llueva después.
Mi amiga ya está pensando cual es la próxima celebración para que vaya con ella al templo de nuevo y su padre (aunque se sonríe cuando lo dice) ya me ha preguntado que cuando me hago sikh. Espero que la próxima vez no me hagan cantar… que me lo veo venir. Tendré que echar mano del playback.
Por cierto, el título que encabeza este texto es la segunda expresión en punjabi que he aprendido y cuyo significado es, más o menos, hola. Sólo me queda todo el resto de idioma.
4 Comments:
¡Que cante!¡Que cante!¡Que cante! Peor que la Tuna no lo vas a hacer, de modo que arráncate la próxima vez. Espera, que voy a ver si encuentro una botella de anis y un palito y vamos ensayando. (:-D)
Bienaventurados los sordos, porque al menos ellos no se enteran. (:-D)
Qué bonita experiencia. Y qué bonito también que te adoptaran todos, porque en realidad es lo que ocurrió. ;-)
Me alegro que puedas vivir momentos tan interesantes. Aprender de una cultura tan enriquecedora... contar con una amiga como ¿cómo se llamaba tu amiga?
En fin, que me enamoro de tus experiencias, de lo que cuentas, de tu interés... ¡Cómo molaaaas! ;-)
Buda dijo: "No ve más quien mira mucho"
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